Las Entrevistas Que Nadie Se Atreve A Hacer

Entrevista a Federico Mayor Zaragoza
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Nació en Barcelona, España, el 27 de enero de 1934.

En 1958 se doctoró en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid.

Fuse Director General de la UNESCO entre 1987 y 1999.

Carta de las Naciones Unidas: "Nosotros los Pueblos hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra..."

"¿Cómo puede ser, que no haya habido un sólo voto republicano, en favor de la reforma de Obama para la sanidad en los Estados Unido? ¿Cómo puede ser que haya habido una disciplina de partido, ciega, obediente, insolidaria, totalmente insolidaria?"

"¿Cómo puede ser que aquí en España, cuando el entonces primer ministro basado en una mentira dice que tenemos que invadir Irak? No es que pase nada, es que hubo ni un solo voto del Partido Popular que le dijera que no. Era un tema de conciencia no era tema de obediencia ciega, íbamos a tomar una decisión que ha llevado a muertes, sufrimientos inmensos."

"Nos tienen distraídos."

"Lo que tenemos que hacer, es tener un poco de verguenza a escala de la sociedad, y darnos cuenta que la sociedad hoy en España, esta sociedad representada por una prensa que ponen en sus páginas intermedias anuncios de prostitución..."

"Educación es dirigir tu propia vida."

"Qué Dios vendiga a las radios, y sobre todo a las radios que no perteneces a grandes cadenas, lo digo porque este es otro de los grandes problemas que nos enfrentamos, hoy se está, en buena medida, produciendo una concentración de poder mediatico, que es de susto."

"Las mujeres como nos corresponde ya hemos salido de casa, pero los hombres todavía no han entrado"





Información adicional sobre la entrevista

federicomayor.blogspot.com
 


Textos escritos por Federico Mayor Zaragoza:


Declaración Universal de los Derechos Humanos

MIEDO, REBELIÓN, LIBERTAD


“La voz / que pudo ser remedio / y por miedo / no fue nada”.

Todos deberíamos leer y releer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para convencernos de que vale la pena seguir luchando en favor de los grandes valores éticos. Para que nos apercibamos de que “estamos dotados de razón” para remediar la tentación de la fuerza.

Es apremiante esta “lectura activa” porque no se están rectificando los rumbos. No se está yendo decididamente de la plutocracia al multilateralismo. No se está acabando de una vez con los paraísos fiscales, que hacen posibles los tráficos de toda índole (drogas, armas, personas!...). No se están erradicando ni la especulación ni la economía irresponsable. No se está contrarrestando la excesiva concentración del poder mediático. No se están iniciando los pasos conducentes a un nuevo modelo productivo de desarrollo global sostenible. Como antes de la crisis, lo único importante es negociar, vender… producir lo más barato posible, mediante una deslocalización hacia el Este que no tiene en cuenta cómo viven los “productores” de estos países ni si se observan sus derechos humanos.

Las instituciones públicas” como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, así como instituciones privadas de dudosa imparcialidad están –cuando no supieron prever ni prevenir la crisis- actuando de forma interesada en favor de los mismos que originaron la grave situación presente.

¿Y qué hacen las comunidades científica, académica, artística…? En general, son espectadores distraídos, que no reflexionan suficientemente sobre los grandes problemas ni actúan en consecuencia.

Ha llegado el momento de reaccionar frente a quienes pretenden que el mundo sea, simplemente, un inmenso mercado y los habitantes de la tierra tan sólo consumidores. Ha llegado el momento de aplicar el acervo del conocimiento disponible para encarar los desafíos de la naturaleza enfurecida.

Hay que sobreponerse a la apatía, al temor. Dice así el primer párrafo del Preámbulo de la Declaración Universal: “…Se ha proclamado, como aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en el que los seres humanos, liberados del miedo y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencia…”.

Desde siempre, la existencia humana ha discurrido en espacios muy limitados, territorial y anímicamente, de tal modo que, con la excepción de grandes pensadores capaces de sobrevolar su confinamiento, las personas vivían temerosas de lejanos dioses y señores más próximos a los que debían obedecer sin rechistar y, cuando así lo decidían, ofrecer sus vidas. Se ha hecho secularmente todo lo posible para que los ciudadanos no pudieran abandonar su condición de vasallos. La educación se ha limitado siempre –hasta la década de los noventa del siglo pasado- a la alfabetización y formación básica por parte de los países coloniales, y los sistemas autoritarios han propiciado el adoctrinamiento, la dependencia, la pertenencia sin discrepancias. La ignorancia –no hay mayor ignorancia que la del hombre cercado y el “pensamiento secuestrado”, en expresión de Susan George- conduce a la superstición. Y así se genera el fanatismo, el dogmatismo, la obcecación, el acobardamiento.

Cuando por fin hay quienes logran ser “educados”, es decir, “ser ellos mismos”, cuando se está a punto de no ser sólo contado en los comicios electorales sino contar y ser tenidos en cuenta, entonces se despliegan las inmensas alas del poder mediático que los reduce a espectadores impasibles, a testigos indiferentes a quienes se activa y desactiva como con la famosa campana de Pavlov.

Hasta que un día, después de años y años de democracias frágiles y maniobreras, llega, con la moderna tecnología de la comunicación, la posibilidad de construir en el ciberespacio lo que hasta ahora se ha podido evitar en la “vida real”. Hoy es ya posible modificar con la telefonía móvil, Internet, etc. la realidad tercamente acuñada, siempre imperturbable; movilizar a los millones de seres humanos que pueden, por fin, unir sus voces y anhelos; y llevar a cabo la revuelta, pacífica pero firme, que los guardianes de la inercia y de los privilegios, de las alacenas del pasado, no nos dejaban ni siquiera esbozar.

Y es que desconocían el próximo párrafo del Preámbulo de la Declaración Universal: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso a la rebelión contra la tiranía y la opresión…”. Todo aquello que sojuzgue y reduzca a los seres humanos debe de eliminarse para evitar la justa reacción popular de quienes tanto han padecido, tanto padecen.

Pero pasar de receptores inocuos a emisores activos era muy difícil y, con frecuencia, arriesgado. Aparte –y no siempre- de las urnas, otras formas de expresión carecían de influencia y se hallaban con frecuencia trucadas. Pero con la participación no presencial, el panorama de la emancipación ciudadana en relación al poder cambiará radicalmente en muy pocos años.

De este modo, en menos tiempo del que muchos calculan, el siglo XXI será, por fin, el siglo de la gente, el siglo de la fuerza de la razón y nunca más de la razón de la fuerza, de la historia a la altura de las facultades que distinguen a todo ser humano único, terminando de este modo la historia descrita por Fukuyama, que tanto ha empañado la dignidad de la humanidad desde el origen de los tiempos. Se llevará a efecto el último “considerando” del preámbulo de la Declaración que he querido comentar en este artículo: “Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”….

(Publicado el 9.4.2010 en el diario español “Público” por Federico Mayor Zaragoza.



De súbditos a ciudadanos, la gran transición


“Escribo sobre un naufragio /… sobre lo que hemos destruido /
ante todo en nosotros… . Pero escribo también desde la vida… /
de un tiempo venidero”.
José Ángel Valente en “Sobre el tiempo presente”.

La solución a los gravísimos desafíos que enfrentamos es más democracia, mejor democracia. Y ello exige participación activa y conocimiento profundo de la realidad, que se dan especialmente en los ”educados”, es decir, los que actúan en virtud de sus propias reflexiones y nunca al dictado de nadie. Educación –no me canso de repetir esta inmejorable definición de don Francisco Giner de los Ríos- es “dirigir con sentido la propia vida”. Tener las alas sin lastres, adherencias, adicciones, para volar a contraviento, para plantar cada día, aún en tiempo desapacible, semillas de futuro, para avizorar, vigías del mañana, el porvenir, para procurarlo menos sombrío.

El artículo primero de la Constitución de la UNESCO establece que el resultado del proceso educativo deben ser personas “libres y responsables”. Educación para todos a lo largo de toda la vida. Para todos, no para unos cuantos. Y todos es muy peligroso, porque los educados no permanecerán impasibles, resignados, sometidos. No serán espectadores sino actores. No receptores adormecidos, distraídos, atemorizados, sino emisores. No permanecerán silenciosos ni silenciados. Expresarán, con firmeza y perseverancia pero pacíficamente, sus puntos de vista.

Con ciudadanos educados ya no habrá dogmatismo, extremismo, fanatismo, ya nada será “indiscutible” ni se obedecerá de forma inexorable. La educación vence la apatía, induce a la acción.

Sí, la educación es la solución. No hay democracia genuina si no se participa, si los gobernantes y parlamentarios no son, de verdad, la “voz del pueblo”. Educación, pues, para la ciudadanía mundial, teniendo siempre presente el artículo 21/3 de la Declaración Universal: “La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público”.

Hoy se premia a quien mayor esplendor mediático aporta; se promueve a deportistas, escuderías, etc. con desmesuradas cantidades y deificantes actos de presentación por el más desmesurado todavía retorno audiovisual; se patrocinan acontecimientos según aconsejan los cálculos de las compensaciones previsibles…, y los ciudadanos, sin tiempo para pensar y promover sus verdaderas opciones, siguen como espectadores indulgentes los espectáculos que se les presentan.

Tan acomodados llegan a sentirse como espectadores y receptores, tan obcecados, que pueden conocer sin inmutarse noticias sobre corrupción, sobre asimetrías intolerables, sobre hambre o niños-soldado.

Para movilizarse, para implicarse, para involucrarse es imprescindible tener tiempo para reflexionar. Cada ser humano único, capaz de crear, capacidad distintiva de la especie humana. Capaz de participar, rehusando las ridículas “obligaciones de la pertenencia”, que hacen que muchos apoyen “porque sí” a determinados líderes o ideologías que, bien pensado, no tienen nada que ver con sus preferencias.

En el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se dice que su ejercicio liberará a la humanidad del “miedo y de la miseria”. La historia de la humanidad va unida al temor: temor al poder, temor a los dioses, en lugar de amor. Es preciso vencer al miedo con la palabra.

Es esencial “escuchar” el mundo. Observarlo, que es mucho más que verlo y que mirarlo. Tener esta visión planetaria, esta consciencia del conjunto de la humanidad que es lo que nos permitirá reaccionar sin esperar a tsunamis que nos emocionen, que nos pongan en marcha.

Junto a la grave degradación medioambiental, la marginación de valores no sólo ha conducido a la deshumanización sino a una competición en la que todo vale, sin límites, que busca afanosamente, sea cual sea el precio social y las condiciones laborales, la producción menos costosa. China, “la fábrica del mundo”, ha resultado ser, de este modo, el país comunista-capitalista que todos cortejan. Pero 1300 millones de habitantes son muchos millones para imaginar indefinidamente la sumisión. Mejor prevenir… .

Los plutócratas (G-6, G-7, G-8,… G-20) han pretendido –y algunos todavía insisten- convertir el mundo en un gran zoco donde todo, empezando por la gente, forma parte de transacciones mercantiles. Los principales responsables de las crisis presentes (social, económica, medioambiental, alimenticia, democrática, ética) pretenderán tomar de nuevo el volante… si es que realmente se ha logrado que lo suelten. Controlan las finanzas, ocupan altas posiciones públicas y manipulan los medios de comunicación. Pero es posible –ojalá consigamos que sea pronto probable- que, como sucede ya en algunos países, la movilización ciudadana, la resistencia por fin manifiesta, lo impidan. Los poderosos, que han ahuyentado desde siempre a los ciudadanos que, con mayor atrevimiento, ocupaban el estrado, no contaban con la “revolución virtual”. La capacidad de participación no presencial (por telefonía móvil. SMS, Internet…) modificará los actuales procedimientos de consulta y elecciones. En síntesis, la democracia.

La decepción ciudadana al ver la incapacidad de los Estados para llevar a la práctica unos Objetivos del Milenio ya muy menguados y, más recientemente, hacer frente a las responsabilidades globales que supone el cambio climático, ha ido acompañada de la perplejidad e indignación que ha producido el “rescate” de las corporaciones financieras, responsables en buena medida de la grave situación que encaramos.

¿Y la gente? ¿Cuándo se “rescatará” a la gente? Es indispensable un multilateralismo eficiente, con instituciones internacionales dotadas de los medios de toda índole que requieren para el ejercicio de su misión.

Se terminaría así con los tráficos y mafias que hoy disfrutan de la mayor impunidad gracias a los paraísos fiscales, que deberían ser clausurados de inmediato y sin contemplaciones, ya que a ellos se debe en gran parte la proliferación de corruptos, y de los que son todavía peor, los corruptores, en el espacio supranacional. Un Sistema de Naciones Unidas que no permita la explotación por grandes consorcios multinacionales que siguen empobreciendo a países potencialmente ricos, esquilmando caladeros, yacimientos, minas….

Unas Naciones Unidas que favorezcan la rápida interposición de los “Cascos Azules” cuando, como en los casos de Camboya o Ruanda, tienen lugar, al amparo de la “soberanía nacional”, violaciones masivas de los derechos humanos o -Somalia es un buen ejemplo- cuando no existen “interlocutores gubernamentales” y el país se halla en manos de unos cuantos “señores de la guerra”.

Y, sobre todo, la acción rápida y coordinada para reducir el impacto de las grandes catástrofes naturales (huracanes, ciclones, inundaciones, incendios, terremotos…) o provocadas, ante las que hoy vemos carencias increíbles, especialmente cuando se trata de países que tienen grandes arsenales bélicos.

Y la transición de una economía especulativa, virtual y de guerra (3 mil millones al día en gastos militares al tiempo que mueren de hambre más de 60 mil personas) a una economía de desarrollo sostenible global, que amplíe progresivamente el número de personas que pueden acceder a los servicios y bienes. Un desarrollo que permita com-partir, partir con los demás aquello de lo que disponemos, incluidos los conocimientos; que aumente la producción de alimentos, de agua, de energía renovable; que cuide y procure la buena salud de los humanos y de la Madre Tierra; que propugne el transporte eléctrico; viviendas ecológicas….

El porvenir está por hacer. El futuro debe inventarse venciendo la inercia de quienes se obstinan en querer resolver los problemas del mañana con las recetas de ayer. Muchas cosas deben conservarse. Pero otras deben cambiarse. Hay que atreverse.

Las instituciones académicas y científicas, de intelectuales, artistas, creadores en general, están llamadas a liderar el cambio de época, la “rebelión” orteguiana para que sea realidad lo que lúcidamente establece el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas: “Nosotros, los pueblos”… . Los pueblos no pueden permanecer -teniendo tantos conocimientos y experiencia acumulados-, como testigos impasibles. Deben ser faro y vigía. ¡Ahora es el momento de la sociedad civil!. De la fuerza a la palabra, al encuentro, a la conciliación. De súbditos a ciudadanos, la gran transición.

Publicado en el diario español El País el 11/02/2010 por Federico Mayor Zaragoza




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