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Desde el rascacielos

Antonio de la Torre Junquera

Pasar por la vida haciendo el bien sin ser visto ni oído. Ayudar a los demás sin condiciones previas. Éste es el ideal de alguna gente, poca. Son más los que miran hacia otro lado.

De vuelta de sistemas colectivistas, que ahogan la libertad individual y la propia persona, y de paso por capitalismos a ultranza, donde el único valor cuantificable es el dinero, uno se encuentra en esa fase de la vida en que todo le da igual, menos el hombre. ¡Pobre hombre abandonado a su suerte en un mundo sin compasión sin valores!...

Junto al opulento rascacielos donde el magnate controla sus finanzas, se alza la tienda del humilde obrero, mendigo recién estrenado. Hasta ayer fue un trabajador digno, quizá orgulloso de su empresa y de su trabajo. Pero un día alguien se olvidó de contar con él, y le cerró las puertas de la sociedad. Y no fue por venganza; apenas le conocían. El ordenador de recursos humanos, después de sopesar su edad y posibilidades de ser explotado, decretó que ya no era rentable.